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Después que Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, se dedicó por entero a predicar la palabra y a testificar entre los judíos que Jesús era el Mesías. Pero cuando los judíos se le enfrentaron y blasfemaron, se sacudió sus ropas y les dijo:

―Que su sangre caiga sobre las cabezas de ustedes. Yo he cumplido ya con mi deber. De ahora en adelante me iré a predicar entre los gentiles.

Después se fue a la casa de Ticio Justo, gentil que adoraba a Dios y que vivía al lado de la sinagoga.

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